Imágenes como conjuros que dominan la eternidad


Relieve en la tumba de Mereru-ka (las tres estaciones del año egipcio)

Arte e ilusión, Ernst H. Gombrich
Es un libro que se lee lentamente porque sí o sí hace pensar; aquí unos párrafos donde es cuestión de arte egipcio y de:
.imágenes de situaciones típicas como conjuros para dominar la eternidad
.el arte como maneras de "hacer" y "registrar" confundiéndose
.el escultor, ese "uno que conserva vivo".

Mereru-ka, en su solemne acción de pintar las estaciones [las tres estaciones del año egipcio: la de la inundación, la del florecimiento y la árida] en las paredes de su tumba, explica lo que está implícito, que todos los ciclos hallados en tumbas representan la sucesión de las labores rurales del año.
(...) Frankfort concluye que "la transcripción de un acontecimiento típico e intemporal significa a la vez una presencia intemporal y una fuente de dicha para el muerto". (...) Porque, ¿dónde podría tener más sentido el re-presentar el ciclo anual, en típicas imágenes simbólicas, que en las paredes de una tumba destinada a conferir la eternidad a su habitante? Si podía así "vigilar" el regreso del año una y otra vez, quedaba para él aniquilado el paso del tiempo, el devorador de todo. El talento del escultor habría anticipado y perpetuado el recurrente ciclo temporal y el muerto podía pues contemplarlo para siempre en aquella presencia intemporal. En esta concepción de la representación, "hacer" y "registrar" se confundirían. Las imágenes representarían lo que fue y lo que siempre será y lo representarían todo a la vez, de modo que el tiempo se detendría en la simultaneidad de un inalterable ahora.

¡Ah, felices, felices ramas! que no podéis despojaros
de las hojas, ni decir nunca adiós a la primavera;
y feliz, melodista, incansado,
por siempre tocando canciones nuevas por siempre (...)

Había una dulce melancolia en el contraste entre el nunca cambiante reino del arte y la irrecobrable evanescencia de la vida humana. Para el egipcio, la recién descubierta eternidad del arte pudo muy bien encerrar una promesa de que su capacidad de detener y conservar en claras imágenes serviría para conquistar aquella evanescencia. Tal vez no fuera tan solo como hacedor de "cabezas sustitutos" y de otras residencias para el "ka, como el escultor egipcio podía recabar su derecho a la famosa apelación de "uno que conserva vivo". Sus imágenes tejen un conjuro para dominar la eternidad. No es, ni que decir tiene, nuestra idea de la eternidad, que se extiende infinitamente hacia atrás y hacia adelante, sino la antigua concepción del tiempo recurrente que una tradición posterior encarnó en el famoso "jeroglífico" de la serpiente que se muerde la cola.
Es obvio que un arte "impresionista" no hubiera podido nunca servir a esa concepción. Solo la total encarnación de lo típico en su forma más duradera e incambiable podía asegurar la validez mágica de aquellas pictografías para el "vigilante", que vería en ellas tanto su propio pasado como su eterno futuro, arrancado al flujo del tiempo.

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