Rugendas, un pintor viajero


Valle entre montañas, Juan Mauricio Rugendas. Ver aquí.

Me gustan mucho las novelas biográficas de artistas. Esta, por ejemplo:
Un episodio en la vida del pintor viajero, César Aira.

El pintor viajero es Juan Mauricio (Johann Moritz) Rugendas, artista, alemán, hombre del siglo XIX, admirado por Humboldt por sus cualidades como fisonomista de la naturaleza y que vivió varios años en América latina, especialmente en Santiago de Chile.

El episodio que transcribo a continuación narra parte de un viaje que este emprende desde Santiago con destino a Buenos Aires y que lo llevaría a cruzar la pampa infinita.
¡Una página gloriosa!:

"Los trámites para contratar un guía lo pusieron en contacto con un objeto fascinante en grado sumo: la gran carreta de las travesías interpampeanas.

Era éste un artefacto de tamaño monstruoso, como hecho adrede para que se creyera que ninguna fuerza natural podría moverla. Ante la primera que vio quedó absorto largo rato. En su desmesura veía al fin la corporización de la magia de las grandes llanuras, la mecánica del plano puesta al fin en funcionamiento. Volvió a la playa de cargas al día siguiente, y al siguiente, provisto de papeles y grafitos. Era fácil y a la vez difícil dibujarlas. Pudo verlas iniciando sus largas marchas. Su velocidad de oruga, sólo medible en unidades diuturnas, o hebdomadarias, lo lanzaba a una microscopía de figuras, no tan paradójica en quien se había destacado haciendo acuarelas de colibríes, pues el movimiento también por sus extremos mínimos toca la disolución. Lo dejó para más adelante, pues tendría sobrada ocasión de verlas en acción durante el viaje, y se concentró en las desenganchadas.

Como tenían sólo dos ruedas (era su particularidad), mientras estaban sin carga se inclinaban hacia atrás, y sus varas quedaban apuntando al cielo en un ángulo de cuarenta y cinco grados; la punta de las varas parecía perderse entre las nubes; su largo puede calcularse por el hecho de que servía para enganchar hasta diez yuntas de bueyes. Sus sólidos tablones estaban reforzados para recibir cargas inmensas; casas enteras, con sus muebles y habitantes, no serían excesivas. Las dos ruedas eran como las "vueltas al mundo" de las ferias, todas de algarrobo, los rayos gruesos como vigas de techo, con cubos de bronce en el centro cargados de litros de grasa. Había que dibujar a un hombrecito a su lado para dar una idea cabal del tamaño, y buscando modelos para estas figuras Rugendas, tras descartar al abundante personal de mantenimiento, se concentró en los conductores, formidables personajes, a la altura de su tarea. Eran la aristocracia de los carreros; en sus manos quedaba el dominio de ese hipervehículo (sin contar la carga, que podía ser la totalidad del patrimonio de un magnate), y quedaba durante un tiempo muy prolongado. La línea recta Mendoza-Buenos Aires, recorrida a razón de unos doscientos metros por día, sugería lapsos de vidas enteras. En los ojos y los modales de los carreros, hombres transgeneracionales, habían quedados registradas esas paciencias sublimes. Yendo a cuestiones más prácticas, podía pensarse que los elementos en el juego de las variables era el peso (la carga a transportar) y la velocidad: con un peso mínimo se alcanzaba la velocidad máxima y viceversa. Evidentemente los transportistas interpampeanos, a la luz del plano, habían hecho la opción del peso.

Y de pronto se las veía partir… Una semana después seguían a un tiro de piedra, pero hundiéndose inexorablemente en el horizonte. Rugendas sintió, y le comunicó a su amigo, una urgencia casi infantil por partir a su vez, en la estela anticipada de las carretas. Se le ocurría que sería como viajar en el tiempo: en el trayecto, hecho al paso rápido de sus caballos, alcanzarían carretas que habían partido en otras eras geológicas, quizás antes del inconcebible comienzo del universo (exageraba), y aun a ellas las pasarían, yendo hacia lo verdaderamente desconocido."

Paisaje con carreta, Juan Mauricio Rugendas. Ver aquí.

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