Poesía del emigrado, Domingo Faustino Sarmiento

 

Así comienza Recuerdos de provincia, Domingo Faustino Sarmiento:

Las palmas
A pocas cuadras de la plaza de Armas de la ciudad de San Juan, hacia el norte, elevábanse no ha mucho tres palmeros solitarios, de los que quedan dos aún, dibujando sus plumeros de hojas blanquizcas en el azul del cielo, al descollar por sobre las copas de verdinegros naranjales a guisa de aquellos plumajes con que nos representan adornada la cabeza de los indígenas americanos. Es el palmero planta exótica en aquella parte de las faldas orientales de los Andes, como toda la frondosa vegetación que, entremezclándose con los edificios dispersos de la ciudad y alrededores, atempera los rigores del estío, y alegra el ánimo del viajero cuando, atravesando los circunvecinos secadales, ve diseñarse a lo lejos las blancas torres de la ciudad sobre la línea verde de la vegetación.
Pero los palmeros no han venido de Europa como el naranjo y el nogal: fueron emigrados que traspasaron los Andes con los conquistadores de Chile, o fueron poco después entre los bagajes de algunas familias chilenas. Si el que plantó alguno de ellos a la puerta de su domicilio, en los primeros tiempos, cuando la ciudad era aún aldea, y las calles caminos, y las casas chozas improvisadas, echaba de menos la patria de donde había venido, podía decirle, como Adberramán, el rey árabe de Córdoba:

"Tú también, insigne palma, eres aquí forastera;
De Algarbe las dulces auras, y tu pompa, halagan y besan;
En fecundo suelo arraigas, y al cielo tu cima elevas.
Tristes lágrimas lloraras, si cual yo sentir pudieras"(1).

(1) Historia de la dominación de los árabaes en España, tomo I, capítulo IX, por Conde.



Paradise Palms, Karina Jambrak. Ver aquí.

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